Queridos carlistas:

Hoy, que conmemoramos una vez más el nacimiento de Cristo, vuelvo a dirigirme a vosotros para compartir unas reflexiones. Como se ha repetido, que Dios se hiciese hombre y decidiese habitar ente nosotros es el gran gesto de Su amor por la humanidad, un amor que debiera ser guía y fundamento de los que nos decimos cristianos. 

Sobre este tema del amor de Dios, el Papa Francisco nos ha regalado este año una encíclica, Dilexit nos (Nos ha amado), dedicada al Sagrado Corazón, que realza la importancia de esta devoción en nuestros días y que os animo a leer detenidamente.

A los carlistas nos toca de forma directa, pues es un hecho conocido que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús ha sido constante en el carlismo desde muy antiguo.

Ya en la guerra de 1872-1876 los combatientes carlistas llevaban el Detente en sus chaquetas, como también lo portarían los requetés en 1936. El Sagrado Corazón fue entronizado en los círculos y las casas carlistas e igualmente se bordó en multitud de banderas y estandartes. Don Alfonso Carlos lo insertó en sus armas y también lo incluyeron mi abuelo Don Javier y mi padre en las suyas.

Lejos de tratarse de una especie de fetiche o amuleto, como algunos han dicho, pienso que la invocación del Corazón de Jesús ha sido para el Carlismo, ante todo, la manifestación de un compromiso, sobre el que os invito a reflexionar. Todo compromiso conlleva una responsabilidad y a menudo me pregunto si somos capaces de estar a la altura de la que nos toca.

De la lectura atenta de esta última encíclica se pueden sacar muchas conclusiones. Una de ellas, que considero primordial, es que hay, que debe haberlo, un espacio para el amor, para la caridad, en las relaciones sociales y en la política. En un contexto marcado por el enfrentamiento y la polarización esto puede parecer extemporáneo y hasta cursi, pero creo que es algo fundamental.

Os pido que pensemos juntos sobre los luctuosos sucesos ocurridos en Valencia, que tan presentes seguimos teniendo. El 3 de noviembre advertí que no era momento para el enfrentamiento, sino para la colaboración desinteresada. Tristemente, no tardó en surgir la discordia y la utilización de la tragedia en favor de intereses partidistas, con un fuego alimentado desde la práctica totalidad de las tribunas informativas. Este patrón se repite una y otra vez, haciendo la convivencia política y social cada vez menos fácil y las soluciones pacíficas a los problemas cada vez más difícil.

Y como contraste han seguido floreciendo desde las entrañas mismas de la sociedad iniciativas de ayuda a los afectados, que aún esperan respuestas de las administraciones. Podríamos preguntarnos a quiénes beneficia que la tensión y la discordia se mantengan vivas, al ver que la sociedad, si no está mediatizada por grupos ajenos, da muestras de esa profunda solidaridad de forma espontánea.

Esto nos reafirma en que es necesario que las comunidades humanas recuperen su protagonismo y autogobierno, conforme al principio de subsidiariedad, así como su capacidad de generar iniciativas para el bien común, dando soluciones útiles a los problemas sin la intervención de intereses distintos a los del propio cuerpo social. Y, sobre todo, creo que indica que las interrelaciones, también en la política, deben ser guiadas por la caridad y no por el odio al rival, por más rentable que pueda parecer políticamente. Estoy convencido de que esa puede –y debe– ser una de nuestras grandes aportaciones.

A veces me entristece ver cómo los carlistas nos dejamos llevar por la tendencia dominante, adoptando discursos agresivos, incluso entre nosotros mismos, en lugar de construir propuestas ilusionantes, poniéndonos así del lado de esa gran parte del pueblo que desea vivir y prosperar en paz.

Tenemos por delante retos importantísimos que abordar. El sistema político en las Españas da muestras de un profundo agotamiento y cada vez son más los descontentos. Los problemas territoriales sin resolver, la imposibilidad de los jóvenes para acceder a la vivienda, el empobrecimiento de las clases medias y el aumento del número de personas bajo el umbral de la pobreza, la falta de mecanismos que pongan límites desde abajo a la ambición de los poderes políticos y económicos, el despilfarro, la corrupción o el acaparamiento del poder económico en unas pocas manos, son asuntos que nos exigen actuar desde la coherencia. En medio de esta sociedad líquida, regida por el individualismo y el egoísmo, es necesario que una voz nade contracorriente y promueva el bien, desde el bien.

¿Cómo puede ser el Carlismo creíble si su discurso y su acción no se diferencia sustancialmente del de quienes se sienten cómodos en la discordia y el enfrentamiento? Como hemos dicho, el Corazón de Cristo nunca fue un fetiche, un amuleto. Pero tampoco puede ser vaciado de contenido ni usado alegremente mientras se actúa del modo contrario a lo que significa. No cabe el odio bajo Su signo. Estoy convencido de que tenemos aquí y ahora una responsabilidad: la de proponer esa otra forma, distinta, de hacer política. Es más urgente que nunca. Como diría San Pablo, caritas Christi urget nos. El amor de Cristo nos apremia. Su Sagrado Corazón, el del Niño que hoy nos nace en un pesebre, nos apremia.

Junto a Ana María, Carlos Enrique, Luisa y Cecilia deseo transmitiros a vosotros y a vuestras familias mis mejores deseos para estas fiestas de Navidad.


24 de diciembre de 2024

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