Ponemos a disposición del lector el discurso que pronunció Don Carlos Javier el 5 de noviembre de 2023, festividad de la Dinastía, en Liria. Si lo desea, puede descargárselo en PDF al final de la página.

Buenos días a todos.

Os agradezco, en mi nombre y el de toda mi Familia, vuestra presencia aquí para celebrar la Festividad de nuestra Dinastía.

Este año 2023 estoy especialmente contento por celebrarse en un círculo carlista de tanta solera como es el de Liria.

He querido conceder la Cruz de la Legitimidad a este círculo, y en su nombre a todos los círculos carlistas de las Españas, porque los círculos representan lo mejor del Carlismo.


Los círculos carlistas son un ejemplo de cómo hacer comunidad. Frente al egoísmo que hoy se impone, son un ejemplo de solidaridad, de preocuparse por el bien común antes que el propio.

Y también, y sobre todo, son un ejemplo de perseverancia, de lealtad y de esperanza. La esperanza que nunca han perdido los carlistas, quienes han continuado fieles a unos ideales, a una forma de entender el mundo y también a su Dinastía, a pesar de todas las persecuciones, a pesar de todo el dolor, de todos los sacrificios y de toda la sangre derramada.

Vosotros lo sabéis bien.

En los peores momentos, cuando todo parecía perdido, estas microcomunidades que son los círculos carlistas han servido una y otra vez de refugio en el que compartir con los demás, y han sido el germen de grandes servicios al resto de la comunidad, con ese desinterés que sólo el carlismo ha sido capaz de ofrecer.

Hoy nos puede parecer que vivimos en uno de esos momentos. La tensión y la discordia tienden a convertirse en la norma, en una sociedad a la que se invita a estar cada vez más polarizada, tanto en nuestras Españas como a escala internacional.

En España, el problema del independentismo vuelve al primer plano. Si no se ponen soluciones políticas, y no sólo se acude con los problemas ante los tribunales, es decir, una búsqueda de la resolución de los problemas políticos con herramientas políticas, las consecuencias pueden ser trágicas.

En este momento tenemos que volver a repetirlo con firmeza: para el Carlismo, la unión de las Españas es algo incuestionable. No cabe negociarla. No se pueden borrar de un plumazo siglos de historia compartida. Es necesario garantizarla, como un servicio al bien común de todos los españoles.


Pero necesitamos preguntarnos qué clase de unión queremos. Los carlistas siempre hemos defendido la unión frente a la ruptura y, precisamente por eso, nuestra propuesta ha sido una de modelo federativo, que es la única coherente con la secular tradición política española.

Ha sido el modelo liberal, basado en un uniformismo centralista, nacionalista, y una concepción individualista del hombre desarraigado de su comunidad como ser social, el que ha provocado esta situación.

Parece difícil que con las fórmulas que han creado el problema se pueda dar solución a ese mismo problema.

Por eso hace falta volver a nuestro federalismo. No un federalismo como un paso adelante en un camino hacia las independencias, ni un federalismo que replique el centralismo a escala regional, sino un federalismo que podríamos llamar federalismo social, con su raíz en nuestra propuesta, que el pensador carlista Vázquez de Mella definió con acierto como «cristiana en su esencia y federal en su forma».

Nuestro modelo federativo, el que tuvo la monarquía hispánica, de carácter foral, se construye de abajo a arriba, como ha dicho muy bien en la Misa el sacerdote oficiante, sobre la base de la autarquía de los grupos sociales, de los municipios, de las comarcas, de las regiones históricas, donde la sociedad ejerce sus libertades y asume sus responsabilidades, conforme al principio de subsidiariedad.

Precisamente porque queremos una España unida, sabemos que es necesaria una España federal, que reconozca la personalidad y verdadera autonomía de sus territorios y dentro de ellos sus municipios autárquicos, sus comarcas libres y una sociedad civil responsable, orientada a la defensa del bien común, de la solidaridad y de la justicia social.

Estos principios, Solidaridad, Subsidiariedad, Bien Común, que nos propone la Doctrina Social de la Iglesia, son la clave para alcanzar la convivencia frente a este clima de polarización y a la dinámica de ruptura y enfrentamiento que vivimos.

El interés de la comunidad, de las comunidades humanas, debe estar siempre por encima de los intereses particulares, ya sean de personas individuales, de una corporación empresarial o de un grupo político concreto.

Y esto es válido también para la política internacional. El destino de los pueblos no puede quedar al capricho de grupos de poder que se guíen por intereses egoístas y vivan alejados de la realidad cotidiana, de la problemática concreta de dichos pueblos.

Es urgente acercar la toma de decisiones a las personas, a esas comunidades humanas, porque mientras que un vecino ve a su vecino como otra persona, empatizando con él, con su sufrimiento y sus necesidades, alguien de un fondo de inversión a miles de kilómetros de distancia sólo ve una cifra. Y mientras que los vecinos de un barrio o un municipio conocen sus problemas a la perfección, el político desde su despacho lejano en Bruselas o Washington desconoce la realidad concreta de ese lugar.

En este sentido, el actual desarrollo tecnológico, que tiene cosas muy positivas, comporta algunas amenazas. Por ejemplo, la toma de decisiones en base a algoritmos que, sin tener en cuenta la realidad concreta de las personas, puede provocar injusticias.

Estos sistemas a veces provocan la criminalización de grupos o comunidades enteras, que al basarse sólo en datos estadísticos, en lugar de descender a los casos concretos que una persona sí es capaz de analizar, provocan una deshumanización. Y además, la responsabilidad de las acciones queda diluida, lo que es muy peligroso.


Por eso es tan importante que las decisiones sean tomadas por personas próximas a las comunidades humanas.

Es en este sentido también que las amenazas cada vez más graves y alarmantes que se dibujan en el escenario internacional han de ser abordadas teniendo en cuenta, en primer lugar, a las personas. En concreto, a la población civil que sufre injustamente los efectos devastadores de la guerra y del terrorismo. Y en segundo lugar, buscando una paz estable a largo plazo con base en la verdad y en la justicia.

El Carlismo siempre se ha caracterizado por su firme compromiso con la defensa de la dignidad humana, también en los momentos de guerra. Por ejemplo, en la obra humanitaria de Luis de Trelles y sus canjes de prisioneros en la Tercera Guerra. O los esfuerzos de mi abuelo, Don Javier, por la paz, siguiendo la llamada del papa Benedicto XV durante la Gran Guerra, la I Guerra Mundial.

Así, en las circunstancias presentes sólo las soluciones justas que satisfagan las legítimas aspiraciones de seguridad, por un lado, y de justicia, por otro, sin imposición de ningún tipo, pueden sentar las bases de un futuro aceptable para todos.

Os he dicho antes que los carlistas habéis sido un ejemplo en vuestra esperanza, que nunca habéis perdido.

Estoy convencido de que somos necesarios y de que hay muchas personas que están deseosas de oír nuestras propuestas. Tenemos una gran oportunidad de hacer llegar a los demás nuestras alternativas, para hacer posibles los cambios desde el corazón de la sociedad.

Con propuestas concretas positivas, de esperanza, que ilusionen a los demás y que les hagan salir de esta dinámica de enfrentamiento y polarización, el carlismo volverá a tener el protagonismo que le corresponde.

Para ello, nada me gustaría más que ese espíritu noble que siempre ha caracterizado vuestra entrega y vuestra admirable constancia encuentre formas de sumar esfuerzos, para que podamos ofrecer a la sociedad un Carlismo unido que nos haga creíbles de nuevo.

Es necesario ponerse a trabajar juntos, todos juntos en unión, para hacer posibles esas propuestas concretas que devuelvan la esperanza a la sociedad.

Os animo hoy, desde este modelo de comunidad que representa un círculo carlista, a ser ese faro de esperanza y a devolver el espíritu de unión y sentido de comunidad al resto de los españoles.

Quiero despedirme transmitiéndoos los afectuosos saludos de Carlos Enrique, Ana María, Luisa y Cecilia, que, como yo mismo, están a vuestra disposición.


Muchas gracias.