Discurso de Don Carlos en el Capítulo General de las órdenes dinásticas de la Casa de Parma
Reproducimos el discurso pronunciado por Don Carlos Javier de Borbón el pasado 7 de junio en la basílica de Santa María de la Steccata, en Parma, ante los miembros de las órdenes dinásticas parmesanas
«Excelencia Reverendísima; autoridades presentes; queridos caballeros y damas; queridos amigos; querida familia:
Cada año, el Capítulo General es una ocasión especial para compartir algunas reflexiones. Pero este año es aún más significativo, porque estoy aquí con toda mi Familia.
Para cada persona la familia es fuente de fortaleza y esperanza, y en particular para los niños, que representan el futuro.
También para nosotros, como Casa de Borbón Parma, nuestra presencia aquí es una señal concreta de vínculo. Un vínculo que no es solo una tradición, sino también una responsabilidad viva: una misión que recibí de mi padre y que pretendo transmitir a mi hijo, Carlos Enrique, que nos acompaña hoy.
El papel de las Órdenes Dinásticas no nace únicamente de la historia. Nace de una relación viva con las personas y con los territorios. Algo más profundo nos une: una fe común, una orientación cristiana que nos guía en tiempos de grandes cambios.
Sí, vivimos en una época de transformaciones radicales. El 8 de mayo de este año, el cardenal Robert Prevost fue elegido Papa. Eligió el nombre de León XIV. No fue una elección casual.
Quería seguir los pasos de León XIII, el Papa de la Doctrina Social de la Iglesia, que en 1891 escribió la encíclica Rerum Novarum.
En aquel entonces se trataba de la Revolución Industrial, y hoy nos enfrentamos a una nueva revolución: la de la inteligencia artificial.
La IA no es solo una cuestión técnica. Afecta a la esencia de la vida social: al trabajo, la educación, la sanidad, la paz. Pero, sobre todo, a la dignidad humana.
El Papa Francisco ya lo había indicado y el papa León XIV la convierte ahora en el centro de su pontificado. Así como León XIII defendió a los trabajadores explotados, hoy León XIV da la voz de alarma: la IA puede ayudar al hombre, pero también puede sustituirlo. Puede acercarnos, pero también puede excluirnos.
Y, por lo tanto, la pregunta central de la Iglesia es la misma: ¿Está la tecnología al servicio del hombre o el hombre al servicio de la tecnología? En enero de este año, dos dicasterios de la Santa Sede publicaron el documento Antiqua et Nova.
Dicho documento reconoce las oportunidades de la IA, como una educación más personalizada, una atención médica más precisa y nuevas formas de cooperación.
Pero también destaca sus peligros: la exclusión, la manipulación, la pérdida del sentido crítico e incluso las guerras automáticas que escapan al control humano.
Asimismo, habla de los llamados «vicios epistémicos»: prejuicios, negligencia y dogmatismo. Defectos que impiden juicios morales sanos y responsables. Los sistemas de IA parecen neutrales, pero pueden amplificar las injusticias del pasado si no se utilizan con discernimiento.
Por eso, Antiqua et Nova nos recuerda que todos somos responsables: no sólo los gobiernos y las empresas tecnológicas, sino también las familias, las escuelas y las parroquias.
Se trata del principio de subsidariedad: la responsabilidad moral siempre comienza desde abajo, desde la comunidad concreta.
Una imagen poderosa del documento es la del Ordo Amoris, el orden del amor. No un amor excluyente, sino un amor ordenado según las relaciones. Cuidamos primero de quienes nos han sido confiados, pero siempre abiertos a los demás.
San Agustín y Santo Tomás de Aquino nos enseñan que amar es desear el bien para cada persona. Pero también saber dónde comienza nuestra responsabilidad concreta. La tecnología también debe incluirse en este orden del amor. Debe servir a la persona. No dominar. No dividir.
Queridos amigos:
Estoy convencido de que el Papa León XIV se prepara para escribir una nueva encíclica. Una que actualizará la Rerum Novarum para la era digital.
Una encíclica que reiterará con fuerza que la economía y la tecnología deben servir al hombre, nunca al revés.
Espero de todo corazón que la Santa Sede promueva momentos de reflexión compartida, donde técnicos, científicos, filósofos y teólogos puedan dialogar sobre estos temas.
Y que también nosotros, en tanto que miembros de las órdenes y como creyentes, podamos contribuir a construir una cultura de la dignidad, fundada en el respeto, la justicia y el amor. Que la Iglesia, bajo la guía de León XIV, sea un faro de verdad y humanidad en estos nuevos tiempos.
Les estoy agradecido de corazón.»
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