Queridos carlistas:

Un año más celebramos el nacimiento del Señor y con este motivo quiero, junto a toda mi familia, desearos una feliz Navidad.

San León Magno nos diría que «Natalis Domini, Natalis est pacis», «el Nacimiento del Señor es el Nacimiento de la paz». Deseo acordarme en estos momentos de todas las personas que  sufren la violencia de la guerra, y especialmente de nuestros hermanos cristianos, así como de todos los que sufren violencia y persecución en diversas partes del mundo sólo por seguir a Cristo.

El nacimiento de nuestro Salvador, del Príncipe de la paz, sucedió en Belén, que, como ha recordado el Papa Francisco, significa «Casa del Pan» donde «Dios está en un pesebre, recordándonos que lo necesitamos para vivir, como el pan para comer». Se trata del acontecimiento histórico más grande para la humanidad, y sin embargo parece como si nada hubiéramos aprendido desde entonces. Por toda la violencia, la muerte y la destrucción, por toda la miseria y la explotación de poblaciones enteras en los países en vías de desarrollo.

Y también en nuestros países desarrollados. En Occidente, en nuestra propia Europa, que tiene sus raíces en lo que un día fue la Cristiandad, somos presa del materialismo y del consumismo. Resulta paradójico que celebramos la Navidad, pero para muchos vaciada de contenido, donde lo que más importa es comprar, consumir sin medida, la opulencia, el despilfarro, mientras que muchos de nuestros hermanos, dentro y fuera de nuestras fronteras sufren carestía, muchas veces extrema. A menudo nos decimos cristianos, pero como se preguntaba el Papa Francisco en el mensaje de Navidad Urbi et Orbi del año pasado, «la voz del Niño, ¿quién la escucha?». ¿De verdad tenemos en cuenta que lo necesitamos para vivir, como el pan para comer?

Felicitación Navideña de la Familia Real para el año 2023
Felicitación Navideña de la Familia Real para el año 2023. Foto: ©️Jeroen van der Meyde

A lo largo de nuestra centenaria historia, tanto para nuestra Dinastía como para toda nuestra familia carlista, Cristo, Príncipe de la paz, cuyo nacimiento celebramos esta noche, ha sido la piedra angular sobre la que reposa nuestro movimiento. Y por ello precisamente siempre hemos sido conscientes de que, como dijese San Juan Pablo II, no puede haber paz sin justicia. Aunque no suframos los efectos directos de la guerra en nuestro entorno inmediato, si queremos una verdadera paz no debemos, no podemos, permanecer impasibles ante las injusticias que nos rodean a diario, aquí en nuestras propias Españas: tantas personas que aún no tienen un techo bajo el que cobijarse, familias que apenas pueden llegar a fin de mes por sueldos insuficientes, jóvenes que carecen de medios para adquirir una vivienda y formar sus familias, extranjeros que aspirando a una vida y trabajo dignos se ven faltos de acogida y apoyo, tasas inaceptables de desempleo, nuevas formas de explotación laboral, préstamos a interés abusivo, deficiencias en la atención sanitaria o niveles educativos más que mejorables, entre otras muchas.

Del mismo modo en la esfera política, muy marcada por la discordia, el enfrentamiento y los intereses egoístas, en lugar de verse orientada al bien común, como ya os mencioné el mes de noviembre en Liria. El Papa Pío XII, con quien tan estrechamente colaboró mi abuelo Don Javier durante años, en su radiomensaje de Navidad, emitido en 1942, en plena Guerra Mundial, llamaba a fundamentar la convivencia en «la tendencia y la realización cada vez más perfecta de una unidad interior, que no excluye las diferencias, fundadas en la realidad y sancionadas por la voluntad del Creador o por normas sobrenaturales». Esa unidad interior que no excluye las diferencias es la que siempre ha defendido el Carlismo, y la que yo vuelvo a reclamar ahora, también en tiempo navideño, frente a las tentaciones de centralización uniformista por un lado, y las de disgregación por otro.

Porque amamos la paz, como he dicho, no podemos permanecer impasibles ante la injusticia. Quizás no tengamos la capacidad de dirigir las acciones de los gobiernos, ni en España ni fuera de ella, pero sí que podemos contribuir al impulso de los cambios necesarios.

Ante la situación presente podemos quejarnos, criticar y transformar nuestra indignación en ira, contribuyendo al clima generalizado de discordia. O bien podemos construir, con propuestas e iniciativas audaces, creativas, que contagien entusiasmo, ilusión y esperanza a quienes tenemos alrededor. Ofrecer a nuestros entornos más inmediatos, a quienes nos rodean, soluciones concretas que resuelvan los problemas concretos, como hacemos a diario en nuestra vida personal o profesional. La ilusión y la esperanza son motores más eficaces para la movilización social que la ira, el miedo y la desconfianza.  

Aunque el horizonte pueda parecer negro, os animo a seguir manteniendo y contagiando la esperanza, precisamente en esta noche en que nos nace, en un pobre pesebre, el Salvador del mundo, que ha venido a traer la paz.

Junto a Carlos Enrique, Ana María, Luisa y Cecilia, me despido transmitiendo mis deseos de esperanza y paz a toda nuestra familia carlista.

En La Haya, a 24 de diciembre de 2023

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