Queridos carlistas:

Quiero, con estas líneas, desearos una muy feliz Navidad. Y, en esta fecha de tan honda significación, en la que los católicos conmemoramos el nacimiento de nuestro Salvador, deseo igualmente compartir con vosotros algunos pensamientos.

Dios, el dueño de toda la creación, se hizo hombre y decidió nacer, no entre los poderosos, sino en un humilde pesebre. Él, siendo Rey de reyes, con toda la potestad en Su propia mano, sobre la tierra entera, «no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, tomando la condición de esclavo» y a los primeros que eligió para estar a Su lado no fue a grandes señores, sino a sencillos pastores.

De la contemplación y la adoración de este gran misterio que es el nacimiento de Jesucristo, brotan unas reflexiones que os animo a llevar del pensamiento a la acción.

La primera de ellas es, precisamente, la llamada que ese Niño que hoy nos nace está haciéndonos con Su propio ejemplo. Él nos conmina a situarnos junto a los más humildes, junto a aquellos que desde las altas esferas del poder no son tenidos en cuenta, junto a los descartados que no tienen voz en nuestras sociedades modernas. Ellos, «nuestros amos y señores los pobres», que dijese San Vicente de Paul, son la personificación más viva, más inmediata, de ese Niño del pesebre.   

Nos corresponde a cada uno de nosotros, y a todos juntos, en unión, cumplir ese mandato. En la esfera doméstica, poniendo en práctica iniciativas que vayan encaminadas al bien común de la sociedad en la que vivimos, en las Españas, y reclamando en todo momento la justicia social y la solidaridad. Especialmente ahora que, según todas las previsiones, se avecina una importante crisis económica que va a afectar a una gran parte de la población.

Bien común, que no es una suma de bienes egoístas individuales, y justicia y solidaridad, que no son limosna, y que deben determinar las condiciones sociales que permitan a las personas vivir con dignidad y progresar. Sólo desde la superación del egoísmo podremos lograr desde la unidad familiar hasta la amistad social, como dice el Papa Francisco.

A nivel global, nos enfrentamos a un mundo con retos cada vez más complejos y debemos afrontarlos contribuyendo a un cambio significativo de mentalidad y de cultura. Vivimos en una sociedad globalizada, donde todas las realidades son interdependientes. No es en modo alguno aceptable que menos del 20 por ciento de la población mundial acapare el 80 por ciento de las riquezas. Y menos lo es que ese 20 por ciento sea próspero a costa de la pobreza del restante 80 por ciento de los seres humanos, porque eso, en la práctica, significa lucrarse a costa del sufrimiento, en muchas ocasiones extremo, del otro.

es necesario un cambio significativo de mentalidad y de cultura, al que debemos contribuir

Como he mencionado, es necesario un cambio significativo de mentalidad y de cultura, al que debemos contribuir. Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate, dirigió un llamamiento urgente a la comunidad política internacional, subrayando cómo la globalización debe hacer que las personas sean más conscientes de que todos formamos parte de una misma familia humana, compuesta no por extraños, sino por hermanos.  

Esta conciencia debería traer como consecuencia que los acuerdos comerciales transnacionales no conviertan nunca los mercados en focos de explotación de la parte menos afortunada del mundo.

La intervención del Magisterio es una realidad que muchos empiezan a comprender: es posible, y necesario, revertir las grandes injusticias de nuestro mundo y actuar en el ámbito económico dando un mayor papel a la Caritas en el mercado. El sistema liberal-capitalista, centrándose en las ganancias y en el capital, en lugar de en el ser humano, se ha revelado como un fracaso. Un fracaso alimentado sin freno por el egoísmo y la ambición de los más poderosos, ignorando el sufrimiento ajeno, especialmente de los más indefensos. Y precisamente por eso se hace imprescindible una intervención que no solo sea económica, sino sobre todo política y social. Es necesario reemplazar el mero valor monetario por otro valor, el de la empatía. Una visión del otro como semejante, que empuje a actuar desde una perspectiva que no persiga la mera especulación, sino una prosperidad que contribuya al desarrollo económico y a la dignidad que le es propia a cada ser humano.

La lógica que se está proponiendo, por tanto, no es la del capital, sino la del Evangelio.

La lógica que se está proponiendo, por tanto, no es la del capital, sino la del Evangelio. Desde esta perspectiva, la propiedad pasa a tener una función social, que no destruye el bien común, sino que, subordinándose a este, lo garantiza, protegiendo así a los más vulnerables.

Hundiendo la raíz en estas enseñanzas se halla el urgente llamamiento del Papa Francisco, quien, con clarividencia, ha vinculado esa obligación de subordinar la economía a la dignidad humana con una atención crítica hacia las fuerzas destructivas del progreso desenfrenado y sus consecuencias medioambientales. Ha sido ese desenfreno, la ambición sin límites de riqueza, la lógica del capital, los que han producido la sobreexplotación de los recursos y el deterioro de nuestro medio ambiente. La escasez de recursos alimenticios e hídricos y la sobreexplotación del medio natural han golpeado a los pobres, a «nuestros amos y señores los pobres», en primer lugar.

Somos parte de un todo y debemos ser conscientes de que nuestro mundo, la naturaleza, no tiene como función ser explotada sin límites, sino ser disfrutada, protegida, preservada y transmitida a las generaciones futuras. La economía y el respeto por la creación no son, pues, realidades distintas sino íntimamente vinculadas. De ahí el paso hacia una visión en la que la economía, la ecología y el hombre y su dignidad, que antes se consideraban realidades separadas, se muestren ahora de manera conjunta como una «ecología integral».

Vosotros, los carlistas, ejemplares en vuestra vocación permanente de servicio al bien común sin pedir nada a cambio, sabéis bien de esa llamada a la que nos urge el Niño Dios, que esta noche se hace hombre. Por eso confío en que entre todos sabremos dar apropiada respuesta a los retos que nos plantea el momento presente.

Junto a Carlos Enrique, Ana María, Luisa y Cecilia, quiero transmitir a vuestras familias, a toda nuestra familia carlista, mis mejores deseos.

En La Haya, a 24 de diciembre de 2022

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