Queridos carlistas:

Esta nueva ocasión de rendir homenaje a la memoria de los que nos precedieron y honrar su recuerdo me permite compartir con vosotros, desde la cercanía, estas palabras.

Los desafíos y las dificultades que nos plantea este mundo en acelerada transformación no deben hacernos perder de vista que nuestras prioridades han de ser, como siempre lo fueron, el sentido de la justicia y la defensa de los más débiles.


También nuestros mayores se enfrentaron a circunstancias inciertas e inseguras en su tiempo. Guerras, persecuciones, exilios… pudieron hacerles dudar, pero se mantuvieron leales a la Legitimidad, en cuanto defensora de nuestros principios. Bajo esa premisa hallaron la determinación necesaria para luchar decididamente sirviendo a la Verdad y el Bien, y buscando dignificar la vida de nuestros semejantes, de modo que son una antorcha de esperanza para quienes les miramos desde el presente.


Os compartiré un recuerdo muy personal que oí de labios de mi abuelo, Don Javier, y que nos retrotrae al origen del lema de nuestros requetés. En uno de sus múltiples viajes a Oriente Próximo para visitar Tierra Santa, a mi abuelo le sorprendió la noche en un paraje desértico y tuvo que refugiarse en unas ruinas templarias que allí había. Con la luz del alba pudo distinguir que se trataba de una cripta y, en ella, las tumbas de unos caballeros. Unas lápidas sin nombre sobre las que, como única identificación, sólo se adivinaban las huellas gastadas de unas espadas en reposo.


Mi abuelo se preguntó durante muchos años quiénes habrían sido aquellos hombres que habían ido a morir a aquella parte del mundo, y por qué no se guardaba ninguna memoria de ellos. Aquellas identidades desconocidas hicieron aflorar finalmente en su mente esta reflexión: el mundo no sabe de quiénes se trataba, pero eso no importaba, porque delante de Dios no fueron unos héroes anónimos, porque para Él no existen almas desconocidas. ¡Ante Dios nunca serás héroe anónimo! Estoy seguro de que esta frase os resulta familiar.


Este espíritu, queridos carlistas, es el que me gustaría que adoptásemos hoy, allí donde estemos, para contribuir del mejor modo a regenerar nuestra sociedad. Levantando la voz en favor de la dignidad y las libertades originarias de la persona, de los trabajadores, en favor de los derechos inalienables de las familias en un contexto de inestabilidad económica, inflación acelerada, falta de perspectivas laborales que condicionan el futuro de la juventud, impacto de la transformación tecnológica que exige profundas reflexiones éticas, enfrentamientos partidistas que buscan dividir a los españoles en lugar de reconciliarles mostrándoles lo que les une, serias amenazas de colonización ideológica que minan los fundamentos estables del bien común…


Así como nuestros mayores fueron héroes anónimos en otro tiempo, nosotros también podemos empezar a serlo ofreciendo sin miedo nuestras iniciativas, nuestras ideas, nuestros principios de siempre marcados por la sed de justicia para que nuestro mundo y nuestras queridas Españas, así como su proyección iberoamericana y europea, sean capaces de alumbrar un futuro que inspire esperanza y en el que la persona y su dignidad sean el centro de todo debate.


Estoy seguro que si nos decidimos a lanzar nuestras ideas y propuestas a la arena pública de este mundo en transformación, volverán a ser vistas con vivo interés y tenidas en cuenta, volviendo a ser los carlistas los protagonistas activos que nuestras Españas necesitan.


Os envío un afectuoso saludo junto a mi esposa Ana María y mis hijos Carlos Enrique, Luisa y Cecilia, esperando todos de corazón estar pronto con vosotros.

En La Haya, a 10 de marzo de 2023

Firma de Don Carlos Javier de Borbón Parma